domingo, 20 de septiembre de 2009

Sobre la ironía, la sátira y la parodia

Desde hace un tiempo, he reparado en que no son pocas las veces que la crítica literaria confunde, como si fueran sinónimos, los conceptos de sátira y parodia. He notado la confusión en foros que van desde las opiniones personales en blogs hasta artículos periodísticos en prestigiosos suplementos culturales. Una explicación (o más precisamente, una justificación) sería que el sentido común y el uso coloquial han terminado por equipararlos, volviéndolos sinónimos y conceptos reversibles. Sin embargo, por economía del lenguaje, si dos palabras significaran exactamente lo mismo, no tendría ningún sentido conservar ambas, ¿no?

Ya en un post anterior anticipé que me referiría a la parodia. Vamos por partes entonces. A la confusión entre sátira y parodia, también habría que agregar la ligereza con que se emplea el concepto de ironía. Los tres, ironía, sátira y parodia, se suelen utilizar principalmente para señalar una característica, generalmente burlesca, de un objeto. Así, cuando algo parece gracioso, se le suele tildar de “irónico”; cuando se imita grotescamente algo o a alguien con fines de burla, se dice que ha sido una “parodia”; y cuando uno se burla con elegancia o estilo, entonces se dice que la “sátira” ha sido un éxito. Nada más alejado de la realidad. Veamos.

De un modo bastante general, la ironía consiste en afirmar expresamente lo contrario de lo que se piensa o, dicho de otro modo, dar a entender lo contrario de lo que se dice; de este modo, hacemos pasar por verdadero un enunciado que es evidentemente falso. Además, para que funcione la ironía es necesaria la complicidad entre el emisor y el receptor del mensaje, quien debe ser capaz de ser decodificarlo. Debido a esta duplicidad de sentidos, es posible decir que la ironía funciona en dos planos: uno visible (el literal) y otro “soterrado” (el connotativo); el primero es el sentido textual del enunciado en tanto que el segundo, lo que queremos dar a entender.

Entonces, en la ironía, al decir una cosa opuesta a lo que se piensa, se genera un desplazamiento del sentido y una fractura en la lógica del discurso, desde lo literal a lo connotativo: la ironía interviene súbitamente; emerge y rompe la secuencia lógica, marcada por el plano literal del enunciado, que se ha ido construyendo a lo largo de un (con)texto. Y allí radica precisamente su efecto y contundencia: al hacer pasar por verdadero algo que no lo es, permite subvertir una valoración que previa y tácitamente se le ha endosado a un “objeto”. Si toda comunicación implica la aceptación tácita de ciertos códigos implícitos entre emisor y receptor, pues entre esos códigos se encuentran también las valoraciones, juicios y prejuicios culturales compartidos. La ironía puede ser corrosiva y subversiva gracias precisamente a su “factor sorpresa”: emerge en el discurso para poner en entredicho el sentido y desplazarlo de un “centro” que creemos que le corresponde por naturaleza. De este modo, logramos revelar el carácter contingente de su valoración y nos abre la posibilidad de invertirlo.

Es, pues, un mecanismo que opera con distancia crítica siempre en el plano del discurso; es decir, un enunciado no es irónico per se: debe inscribirse siempre en un contexto comunicativo donde se haga dialogar y poner en entredicho la valoración a dicho “objeto” referido por la ironía.

De otro lado, la sátira y la parodia, aunque parecen coincidir en sus formas discursivas, han sido usualmente confundidas en su finalidad: subvertir el valor legitimado por un sector dominante de una cultura que impone su estética y su ideología. Visto así, ambas parecerían siempre reacciones contra lo hegemónico. Sin embargo, Linda Hutcheon (2000), plantea una definición que resalta sus semejanzas y evidencia sus diferencias.

La semejanza podría definirse en dos planos: el de la función y el de la representación. En cuanto a su función, la semejanza radica en que tanto la sátira como la parodia toman distancia crítica hacia el objeto representado y, por tanto, implican juicios de valor. De allí la histórica confusión de ambas o, más precisamente, la identificación de una con otra. Apunta Hutcheon que, tradicionalmente, la función de la parodia fue ser maliciosa y un denigrante vehículo para ejercer la sátira (ojo: una funcionaba como herramienta de la otra). Sin embargo, desde el siglo XIX, se pueden rastrear otras funciones alejadas de la ridiculización que desafían y ponen en cuestión dicha definición (2000: 11). De otro lado, en cuanto a su representación, ambas emplean la repetición de las formas de los objetos en otro (con)texto discursivo. Es decir, comparten la imitación formal y la alusión de un objeto en una nueva representación discursiva: copian o imitan la forma de un “texto” (entre comillas, puesto que no necesariamente se encuentra en el plano de la escrituralidad) y la reinsertan en otro (con)texto.

Por otro lado, ahí donde surge la semejanza, brota a su vez la diferencia. ¿Qué hace entonces que la sátira y la parodia no sean lo mismo? Para Hutcheon, por un lado, la sátira desnuda los excesos, vicios y taras del objeto aludido mediante la risa ridiculizante y la burla. Mediante la imitación formal, se exageran aquellos rasgos y se les evidencia públicamente (una caricaturización grotesca). En cambio, la parodia posee un grado de sofisticación mayor al ser una síntesis bitextual, pues su sentido necesariamente opera en dos planos: uno superficial, que es el de la imitación formal (la referencia directa al objeto aludido), y uno profundo, que implica una recontextualización de dicha forma aludida (y su background de sentido) en un nuevo orden. De allí que la ironía y la parodia sean más afines entre sí que la parodia y la sátira. Y es en este juego en el que se desarrolla la diferencia de su finalidad (que Hutcheon denomina ethos por no encontrar una palabra más adecuada, pero cuidando evitar que sea identificada con el sentido aristotélico). Para el caso de la sátira, al adoptar ésta un lugar de enunciación distante para ejercer una declaración negativa de dicho objeto y poner en ridículo sus vicios y excesos, busca una “mejora” en un plano social y moral. Es decir, los alcances de la sátira pretenden ser colectivos, su crítica, mediante la ridiculización, busca denunciar sus excesos y trascender lo individual para corregirlos. Por su parte, la parodia es una forma de imitación caracterizada por una inversión irónica que no siempre ocurrirá a expensas del texto parodiado, es decir, será una repetición formal pero con distancia crítica, marcada más por la diferencia que con la similitud al objeto, pero sin ninguna pretensión moral. Su crítica no pretenderá dirigir el objeto hacia la corrección y la mesura. No necesita estar presente la burla o ridiculización para ser denominado parodia. Mediante el acto irónico, se superponen ambos planos de representación arriba mencionados y se genera un nuevo sentido.

Fredric Jameson (1999) hace una distinción similar entre la parodia y el pastiche. Para él, ambos implican la imitación o el remedo de otros estilos destacando sus manierismos, pero la parodia se aprovecha del carácter de estos estilos y se apodera de sus idiosincracias y excentricidades para producir una burla del original, mientras que el pastiche es “una parodia vacía, una parodia que ha perdido su sentido del humor” (20); es decir, pura imitación estilística. Sin embargo, Hutcheon rebate este concepto siguiendo las ideas del Genette de Palimpsestos, pues sostiene que la parodia, burlesca o no (y ya hemos visto que la parodia no tiene por qué serlo) dialoga con los textos a los cuales parodia y produce una transformación de su sentido, en tanto que el pastiche es solamente imitativo (Hutcheon 2000: 38).

De allí que Hutcheon, sin afirmarlo enfáticamente, está de acuerdo con los postulados de los formalistas rusos sobre el rol de la parodia en la evolución de las normas literarias (idea que proviene de una larga tradición de la crítica literaria marxista): “La parodia ha sido vista como una sustitución dialéctica de los elementos formales cuyas funciones se han vuelto mecanizadas o automáticas. En este punto, los elementos son “refuncionalizados”, para usar su término. Una nueva forma se desarrolla a partir de una anterior sin llegar a destruirla, pues solo su función ha sido alterada. Por lo tanto, la parodia se convierte en un principio constructivo en la historia literaria” [la traducción es mía]. (2000: 35-36)


Obras citadas:
Hutcheon, Linda. Theory of Parody. Urbana: University of Illinois Press, 2000.
Jameson, Fredric. El giro cultural. Buenos Aires: Manantial, 1999.


[Actualización]

La definición de ironía que planteo en el post no es mía, sin duda. Es apenas una síntesis que, en buena cuenta, plantean otros teóricos, algunos de los cuales menciono a continuación:

Arduini, Stefano. Prolegómenos a una teoría general de las figuras. Murcia: Universidad de Murcia, 2000.
Booth, Wayne. Retórica de la ironía. Madrid: Taurus, 1986.
Lodge, David. Language of fiction: essays in criticism and verbal analysis of English novel. London: Routledge & Kegan Paul, 1966
Zavala, Lauro. Humor, ironía y lectura. Las fronteras de la escritura literaria. México: UAM Xochimilco, 1993.



Imagen (hacer clic para agrandar): Portada del disco Abbey Road de los Beatles y una conocida viñeta de los Simpsons. ¿Acaso alguien podría decir que la imagen de los Simpsons se está "burlando" de la famosa portada del disco de los Beatles? Es simplemente una parodia: mediante la imitación formal de un objeto se logra una recontextualización discursiva y un nuevo sentido, enriqueciendo tanto a la imitación como al imitado.


Publicado por Ricardo Mendoza Canales en 5:02 PM |
Etiquetas: ironía, parodia, sátira

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