martes, 22 de septiembre de 2009

¡¡En el Nombre de! Oracion del Payaso

Decía Mohamed: “Todo aquél que hace reír a los demás, bien merece tener un lugar en el Cielo”.
A este propósito, a esta cultura de “pro-fe-sionales”, pro-fe-san, es decir siguen una Fe. ¿Cuál pro-fe-sión sería la que, en verdad, le corresponde a el ser de humanidad?
Cada cual habrá pensar una, dos, tres... pero hay una, que en común, sería la que debe de subyacer -y quizá subyace, aún- EL PAYASO.
¡Un payaso!
El que más, o el que menos recordará aquellos circos, de los que ya casi no hay, en donde la risa de lo sencillo, en la naturalidad de lo inocente, se daban con un gesto, con un movimiento, con un ropaje... Y no solamente se reían los niños. Y no eran chistes, ¡eran historias!
¡El payaso! La expresión del humor en el sentido de lo franco, de la alegría a los otros, ¡y a sí mismo¡, por el hecho de estar, por el hecho de la Emanación ¡de ÉL!
¡El payaso! Se maquilla lentamente en su camerino, con una seriedad casi ritual. Ha hecho muchas veces esos gags, pero... algo está pasando... El ropaje está listo, el presentador en su sitio ¡y aparece el payaso, los payasos! Su sola aparición ya incita a la sonrisa.
¿Quiénes así, espontáneamente, se hubieran dedicado a ser payasos? ¿Hay Escuelas de Payasos?
Sí, es una pro-fe-sión en desuso. ¿A quién le gustaría ser un payaso? Tan en desuso que sirve como un elemento despectivo: “¡Eres un payaso!”, como negándose a sí mismo la risa; como desacreditando la alegría de la propia Creación al ver gestada: “...Y dijo Dios Yahvéh... y se hizo y vió que era bueno”, expresión de alegría, expresión de gozo...
¡Un payaso!, que cuando vuelve de su función está triste. ¡Se ha acabado la función!, el circo cierra. Era él, ¡él!, cuando estaba en el payaso, al dejarlo, siente tristeza.
- “¿Profesión?”
- “¡Payaso! Ésa es la Fe que profeso, ¡que pro fe so!: la de gratificarme en la vida, y gratificar la vida a los otros.”

El Eterno no creó al hombre rígido, al hombre duro, al violento... a el organizado, a el previsor... para que luego todos ellos se profesionalizaran y se olvidaran del payaso, del círculo del circo, de la carpa... y de todos los que constituían ese otro nivel de mundo: La ilusión, la fantasía, el mago... ¡Ah, el mago!
- “Pero, ¿había algún circo que no tuviera payasos?”
- “¡No!”
- “¿Qué fue primero? ¿el circo o el payaso?”
¡Ay, si cada cual tuviera subyacente a esa imagen del payaso!
¡Ay, si cada cual latiera con el gesto de su corazón, ¡¡como hace el payaso!! ¡Qué diferente! ¡Qué distinto sería todo!
Tres músculos son suficientes para reír, más de veinte son necesarios para el rostro adusto y serio. Hasta la economía de la forma se constituye en un payaso.
Es la opción de la inocencia del adulto. Es la vía de descubrir y descubrir-se en una alegría de vivir.
¡Ay!, ¡qué lejos se está en esta humanidad de esa posición! Nunca se estuvo cerca, pero... se aleja de ella, se separa.
¡El payaso! Con sus ojos grandes, su nariz redonda, sus labios rojos, sus zapatos gigantes... Toda una entrega a el desconcierto, a la imprevisibilidad; todo un interés curioso por hacerse en la sonrisa. ¡Hacerse en la sonrisa!
¡El payaso! Mantenerse en esa posición de niño, ¡que aún tiene capacidad para creer, para imaginar, y para creer-se-lo todo! Mientras que empieza a crecer el adulto y su creencia disminuye... disminuye... disminuye... disminuye... disminuye... disminuye... ¡hasta prácticamente desaparecer! También se dijo: “Y no entrará en el Reino aquél que no sea como” .
¡El payaso! Tiene sorpresas de forma permanente; tiene la risa capaz de hacer fructífero lo más simple y cotidiano. No tiene vergüenza, ¡no le da vergüenza! Se expresa en lo que es, utilizando sólo aquello que es ¡evidente!
¡El payaso! ¿Quién querría ser, ahora, payaso?
¡Muy pocos!, ¡poquísimos! Hacer el payaso es otra cosa. SER PAYASO es diferente.
El que hace el payaso ridiculiza al que ES payaso. Le tiene envidia, ¡no soporta su alegría ni su transmisión de ella! ¡Ése hace el payaso!
¡El payaso no hace el ridículo! ¡No! Es ese extraño instante en el que se puede estar moviendo simplemente el zapato y levantando la cabeza hacia arriba ¡y ya está! Las manos en los bolsillos ¡y ya está la sonrisa! ¡No, no hace el ridículo!
Es pícaro. Sí, es pícaro para despertar del letargo a aquello que no quiere expresarse, para incitar a ¡el juego!
¡Ah, el juego!, ¡el juego!
¿Cómo está el juego hoy?: ¡Una expresión más de una guerra declarada! Los estadios con verjas, policías, cámaras ocultas... ¡El juego!
Ya el hombre hasta se ha negado la capacidad de jugar.
¡El payaso!, ¿quién lo iba a pensar?: ¡La pro-fe-sión del hombre!, la que más otorga la disposición de la propia Creación: un juego misterioso de confluencias, armonías... e imprevisibles sucesos.
¡El payaso!, que con sólo adoptar la postura de decir: “Yo no he sido... Yo no he sido... Yo no he sido...!” es suficiente para... que con sólo cruzar los dedos y moverlos en un sentido y en otro y expresar con la boca que está silbando, ya... nos incita a reír.
Aromas de Eterno tiene el payaso, frescura de vida...
¡Pro-fe-sión, sí! Y en base a ella, se puede edificar cualquier cosa. Porque su servicio está en pos de la felicidad de todo su entorno.
¡El payaso! El gran ecologista humano, que preserva el grito espontáneo, el gesto audaz. Y cualquier... cualquier situación se hace un divertido juego, ¡no importa cuál sea ésta!
¡El payaso!, ¡El payaso... hace sonreír a Dios!
Sin duda, ¡la profesión humana!

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